POR LA CANDIDA ADOLESCENCIA
“Eran tiempos dulces cubiertos con esa pátina de luz de atardecer que acompaña los recuerdos que uno cree atesorar en lo más hondo de su alma. Recuerdos que no suelen aparecer en el presente a no ser que un hecho traumático (positiva o negativamente), los traiga al presente. Son momentos enterrados entre los miles de hojas de nuestro calendario vital. Fotos e imágenes que ponemos en un álbum porque queremos atesorarlos y que, pocas veces abrimos.
No eran adolescentes entonces por edad, pero quizás anímicamente estaban en una juventud muy adolescente o, en una adolescencia tardía. Se movían en pandilla, pensando que no había nada en el mundo más importante que sus relaciones. Reían con pasión, hablaban intensamente, iban al cine siempre que podían y disfrutaban de la vida. Y los días que no se veían se llamaban y hablaban sin cesar de su presente y de un futuro lleno de incógnitas.
Él era tímido, aunque seductor. No era la timidez del que se acobarda ante el otro sexo, sino que sabía bien como conjugar esa timidez con la del seductor ilustrado del siglo XIX al que tanto admiraba. Tenía unos preciosos ojos azules y unos labios que pedían besos cinematográficos, como los de Ingrid Bergman y Cary Grant en Encadenados. Esa pasión por la literatura inglesa y el cine, no era propia, sino que venía en herencia de un padre, literato, escritor y amante de esos mundos en los que vivía la mayor parte del tiempo. Era tal su pasión que les puso a sus cuatro hijos nombres que hacían mención a sus escritores favoritos; Willy (William Wilkie Collins), Jane (Jane Austen), Emily (por las Brönte) y Mary (Mary Hays). Entonces no era como ahora y que tuvieran nombres ingleses, era una excentricidad culta, pero excentricidad. Pero cuando al presentarse eran requeridos por esa circunstancia siempre contestaban que su padre era escritor y que su madre descendía de ingleses. Y así la cuestión quedaba zanjada.
Willy y Jane, los mayores, eran el 50% de la pandilla. Se llevaban apenas meses y tanto a Marcos como a ella les encantaba su compañía. Todos se conocían del cole, aunque Jane iba a un curso inferior al suyo, pero al conocerla a través de su hermano, congeniaron muy bien. Willy les inculcó el amor por los clásicos ingleses y aquel año leyeron con pasión La Dama de Blanco de Wilkie Collins, luego le siguieron La Piedra Lunar, y de ahí pasaron a Jane Austen y Dickens. A Willy le gustaba escribir poesía y a veces les leía sus creaciones. Los meses pasaban y su amistad se hacía intensa y apasionada. Un tío de ellos tenía un carnet de cine, y eso les permitió visionar muchas películas que de otro modo nunca hubieran visto, eran jóvenes estudiantes de poca economía. A ella le encantaba ir a casa del tío de Jane, que era la de su abuela, la inglesa. Una casa llena de libros, de rincones encantadores dónde sentarse a leer alguno de aquellos ejemplares que llenaban metros y metros de paredes que además sustentaban cuadros hermosos de estilo impresionista. Un sábado, su abuela, mujer de mucho chârme, que fumaba inclinando la cabeza hacia atrás, les hizo unos macarrones. Estaban muy ricos, pero a ella lo que le seducía era todo aquel mundo. Jane, le dijo que su abuela cocinaba bien, pero que seguro que encontrarían pelos de su setter color canela por todas partes. No fue tan dramático.
A veces eran terriblemente ingenuos. Se propusieron ir a un buen restaurante y ella se ocupó de la reserva. Lo hizo en La Orotava, un restaurante muy conocido en aquel entonces y que ya no existe. Cuando entraron y vieron que en un lateral de la mesa había una langosta y un cangrejo, que los salones estaban separados por grandes cortinajes, todo muy barroco y que la luz era muy tenue, supieron que se habían equivocado. Sus ojos iban yendo de la carta a uno y a otro, mientras el Maître los miraba con cierto desdén y temeroso de que hicieran un sinpa. Tomaron sopa de champiñones y tortillas... lo más barato de la carta. Mientras tomaban la sopa, pasaron el dinero por debajo de la mesa a Willy, para que el pago no fuera tan ridículo como hubiera sido, contando cada uno qué llevaba encima.
Y como buena novela inglesa, el drama no tardó en llegar. La relación de Marcos y Willy se enfrió como el hielo al volver de unas vacaciones estivales por Europa en interrail, y la de Jane y ella, sobrevivió un tiempo, pero un tercer elemento vino a interponerse… Jane encauzó su espiritualidad en una organización laica, y aunque siguieron intentado salvar su amistad, un mar se abrió entre ellas. La vida las fue separando, como si una viviera en Southampton y la otra en la Provenza francesa … lo mismo que sus trayectorias que se fueron diluyendo en caminos diferentes.
Hoy ella se encontró con Emily… más de 20 años sin verse. Tras las frases de rigor, le pregunta si sabe lo de su hermano. Hace unos meses supo, por boca de Willy, a quién se encontraba en el supermercado a veces, que su mujer había muerto de cáncer. Contestó que sí, que lo de su mujer. Y Emily negó con la cabeza. Entonces soltó las terribles palabras que todavía resuenan en su interior, “No, Willy murió de cáncer también, el día después del confinamiento”. Se le heló la sangre. Desde ayer ve los ojos azules de Willy y le recuerda en el vagón del tren leyendo sus poesías o cantando con su guitarra el gato que está triste y azul. Tenía muchos sueños. Ojalá haya cumplido alguno.
Ella lleva toda la semana viendo la pelota en la red, esa escena mágica de Match Point, en que el destino de las personas depende de que la pelota caiga a un lado o a otro. Hay unos segundos en que el destino se detiene, esperando el centisegundo que decidirá hacia dónde caer. Pero durante un nanosegundo las dos posibilidades coexisten en el espacio. Han existido.
"Me gustaría enterrar un tesoro en todos los lugares donde he sido feliz. Y, cuando sea viejo y feo, volver e esos lugares, desenterrar los tesoros y recordar los momentos de felicidad".
Evelyn Waugh
Abril Expósito
Cuaderno de Bitácora
-.-
Y para este recuerdo que merece ser guardado como un tesoro, nada mejor que una receta que atesora también en el tiempo su contenido.
El otro día ví como Eva, de Bake-Street, hacía albaricoques en conserva. Siempre he querido tener esos bonitos potes de conservas en almíbar en mi cocina, y al mismo tiempo, conservarlos para este año, que será un cumple especial para mí, y quiero hacer un postre especial. Así que tengo que empezar a organizarme.
Es una receta muy fácil y con los melocotones se simplifica un poco más. Siguiendo instrucciones de Eva, no dejé el almíbar macerando con los melocotones, sino que una vez hecho el almíbar lo metemos en los potes con los melocotones. Los pelé, habiéndolos escaldado 1 minuto y luego los partí por la mitad para quitarles el hueso (eso fue difícil, el hueso está muy pegado). Luego les puse el almíbar tras hervir, y pasteuricé.
Os dejo el enlace para que sigáis la receta de Eva, que lo explica divinamente.
Receta,aquí
Me encanta tu cuaderno de bitácora.Ya lo sabes.
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