"Pensaba en el aquel mundo oscuro y húmedo que había visto en la serie
“los Gozos y las sombras” mientras se dirigía a casa de su amiga Agueda a
comer. Agueda es gallega y le había prometido un caldo gallego “auténtico”. Aunque ella ya sabía, que a menudo,
ese adjetivo lo único que autentificaba era la forma en que la familia X hacia
ese plato; como existía la paella
auténtica ó el gazpacho auténtico.
Pero no importa, sabía que aunque no fuese “EL CALDO” si que era una receta
familiar, tradicional y que venía de antiguo. Suficiente aliciente para ella.
Las paradas se sucedían a través de la ventanilla. Hace rato que veía
reflejado en el cristal el rostro de un hombre agachado, leyendo un libro. Era un hombre atractivo, de mandibula
cuadrada, con barba de un par de días, con una onda de pelo que le caía
levemente sobre el rostro, gafas negras de pasta, jersey trenzado de capitán Pescanova,
es decir cuello alto blanco.. muy interesante. A veces, él levantaba la mirada
y la dejaba en su ventanilla. Ella se preguntaba, si acaso él también podría
estar mirándola a ella desde ese punto inexistente dentro de las ventanillas. Por
si acaso, cuando sus ojos se clavaban en los suyos, en ese mundo de ópticas que
no entendía ya desde el colegio, bajaba la mirada o la colocaba sobre el
paisaje.
El día era hermoso como pocos. Mucho viento, cielo azul, limpio, tanto
como si la virgen acabase de fregar (eso decía su madre) y ni una nube en el
horizonte. Sobre el mar, una extensión
del sol, como una alfombra luminosa se extendía desde el horizonte hasta la
orilla de un plata que dañaba la vista. Apenas dos velas surcaban el mar y
algunos borreguitos teñían el mar de puntos de espuma blanca. La visión era
extasiante. La mente se le iba con facilidad a la fantasía en la que solía
vivir.
Volvió a pensar en Agueda, tan tímida, tan dulce. Acababa de entrar a
trabajar en el hospital y andaba un poco en su periodo de adaptación. Otra
tierra, otro entorno, otra ciudad. Un niño pequeño, una historia de amor
apasionante pero difícil. Él no era libre, aunque estaba haciendo todos los
pasos para dejar a su “otra” familia e irse a vivir con ellos definitivamente,
aunque ya lo hacía la mayor parte del tiempo. Pero esto hacía que Agueda,
estuviese muchas veces sola, asustada con todo lo nuevo que tenía entre sus
manos. Se conocieron en el comedor. Agueda se había mareado y ella acudió a
auxiliarla. Hablaron, tomaron un café y se hicieron amigas. Sentía cariño por
aquella mujer frágil que intentaba salir adelante sin demostrarlo. Una infancia
dura, en una Galicia rural, de escasos recursos. Andar descalzos, comer muchas
patatas, ayudar en las tareas de la casa. Hacerse mayor, venir a Barcelona a
trabajar. Le conoció en una sala de
baile, él era un hombre atractivo, arrasador. Sabía conquistar a una mujer y
aquella bella gallega tímida y temerosa le robó el corazón. Su matrimonio ya
estaba roto, pero como muchos seguía una vida convencional. Ahora todo había
cambiado. Cuando Agueda se quedó embarazada se volvió a casa, y pensó en
rehacer su vida. El no lo resistió y fue a buscarla. Le prometió todo lo que
ella quería oír y ya se volvió con él, para no volver atrás nunca más.
Así que, le hacía cierta ilusión aquel Domingo en que al final se iban
a conocer… ella y EL. Iba a verlos en su plenitud, en su vida secreta pero
feliz de familia que intenta avanzar. Vivian en un pueblo marinero, a una hora
de Barcelona, por eso el viaje en tren.
La mirada del hombre estaba fija en ella. Se dio cuenta. Huyó una vez
más de esos ojos penetrantes. Pensó que este tipo de historias no le pasaban a
ella. Entre otras cosas porque era muy reservada, muy poco dada a abrir su
corazón con desconocidos. Enseguida pensaba que no eran personas normales si
querían conocerla. Años de autoestima castigada la habían hecho sentirse así.
Por eso, admiraba a todas esas mujeres que veía alrededor, capaces de ponerse
el mundo por montera, de lanzarse como locas a historias que podían terminar
tan bien como mal. El riesgo emocional la tenía totalmente horrorizada y ...
paralizada. Pero era feliz. Había aprendido a vivir con sus limitaciones, con
su observación de la vida ajena, al disfrute de las vidas de los otros a través
de sus ojos como si estuviera en una eterna sala de cine. Hoy por hoy, era un
ser relajado con sus traumas y que vivía una vida básicamente feliz.
El tren paró bruscamente. En la estación vió a un montón de policía.
Estaban entrando en los vagones. No sabía que pesaba y se sintió
atemorizada. Buscó con temor los ojos en
el mundo de los reflejos ópticos de la ventanilla, necesitaba la seguridad de
esa mirada penetrante, de esa onda de pelo que caía como una ola sobre ella.
Pero no la encontró. Había desaparecido como si nunca hubiera estado ahí. La
policía entró y el preguntó si había visto a un hombre como el de la foto que
le mostraron. Era él. Dijo que sí, que había estado todo el viaje sentado en
aquella butaca. Les dijo que no había
podido controlar cuando se bajó del tren. Lo desconocía. Le dijeron que igual
la llamarían para tomarle declaración y tomaron nota de su teléfono. No le
dijeron quién era él y que había hecho. Se fueron. Al cabo de unos 10 minutos
el tren arrancó.
Se inclinó a la derecha para coger el móvil de su bolso y avisar a
Agueda de que llegaba tarde. Y entonces lo vió. Allí al lado de su bolso había
un libro. Viejo, con la solapa un poco gastada. El corazón le latía con fuerza,
se puso nerviosa. Lo cogió. Pasó rápidas las hojas imaginando mil y un
mensajes, combinaciones secretas de cajas fuertes, billetes de avión a lugares
secretos. Nada. Vacío. En la primera hoja una línea escrita. Le desconcierta.
La ha escrito él para ella? Su mente
fantasiosa se dispara. No, no puede ser. Quizás esa frase lleva ahí años,
tantos como tiene el libro. Igual lo ha cogido en una librería, lo ha robado…
se lo regalaron.
El tren llega a Blanes. Ve desde la ventanilla a Agueda junto a un
hombre y un niño. Se levanta. Coge sus cosas y sale corriendo.
Ha subido al vagón una chica joven. Se sienta dónde hace unos momentos
estaba ella. Ve un libro en el asiento de al lado, lo coge y mira qué libro es.
Guerra y Paz, de Tolstoi. “Es muy
gordo”, piensa la chica, “pero nunca lo he leído.” Abre la primera hoja y ve
escrito en el ángulo superior derecho, con caligrafia muy redonda, lo
siguiente:
Hay que creer en la posibilidad de la felicidad para
ser feliz. Tolstoi
Salta conmigo"
Abril Expósito
Cuaderno de Bitácora
Esta Navidad no hicimos Escudella
y Carn d’Olla, como tenemos por costumbre. Mi madre, que desde que hizo el
camino de Santiago, está obsesionada con todo lo que tenga que ver con Galicia,
me pidió que hiciera un Caldo Gallego.
Y así fue porque a mi me encantan estos platos de toda la vida, que
vienen de tiempos muy lejanos, en que, a mi entender, en un origen se metía en
el caldero un poco de todo lo que se tenía y se entretenía el estómago con sopas
y patatas y verduras hervidas… y se calentaba también. Estoy apasionada con los cocidos y las
diferentes formas en que se toman en nuestro país. Tengo ya publicado l’Escudella
y el Cocido
Madrileño. Para éste último me basé en la receta de Miriam, de El
Invitado de Inverno…y fue una receta fantástica. Esta vez, me he dejado
guiar de nuevo por ella. De nuevo, salgo de la receta totalmente
enamorada. La transcribo tal cual. Consultad su receta.
Algunos consejos:
- Compré los productos gallegos en la tienda Ego Galego, situada en la esquina de la calle Goya con la Pza. del Ayuntamiento de Gracia. (Goya, 20-Barcelona)
- En cuanto al lacón que venden envasado al vacío, tanto Miriam como ellos recomiendan dejar la primera noche en agua para desalar. Yo, prudentemente, lo dejé 2 noches, y una más no le hubiera sentado mal. Estaba muy fuerte…aunque era delicioso.
- Venden los grelos, las judías, el chorizo y el unto.
- Los grelos los compré (no tenían en la tienda el día q fui. Creo que les llega los martes o miércoles) en la Boquería. Las payesas de fuera tenían.
- Si no encontráis unto podéis usar el sagí, que viene a ser lo mismo, pero de Cataluña. Pero no lo obviéis, da un gusto muy particular.
CALDO GALLEGO
Ingredientes:
(para 4 personas)
2 huesos de caña de ternera (tuétano)
1 pedazo de lacón de unos 700g
2 chorizos ahumados gallegos
160g de alubias blancas secas (remojar la noche
anterior-se calculan 85g/pax)
1 nuez de unto
2 manojos de grelos lavados y troceados (si no tenéis
podeis usar repollo)
2 patatas peladas y cortadas toscamente
Sal (yo no le puse una gota)
- Ponemos en remojo el lacón (yo lo hice 2 noches antes)
- Ponemos en remojo las judías la noche anterior
- Lavamos los grelos con agua caliente y le quitamos las hojas amarillas. Los frotamos unos contra otros. Una vez limpios los escaldamos en agua caliente. En cuanto vuelva a hervir, los sacamos. Esto es para evitar que amarguen.
- En una olla grande dónde haremos el cocido, ponemos el lacón, las alubias y los huesos en agua fría. Hervimos. Espumamos. Dejamos cocer 1 hora. Este paso dependerá de la frecura, antigüedad de las alubias. Aconsejo probarlas a los 30' y si casi están adelantar el siguiente paso.
- Al cabo de 1 hora echamos las patatas cortadas toscamente y al cabo de 15 minutos añadimos los chorizos.
- Añadimos el uno. Dejamos todo 15 minutos más.
- Probamos las judías y las patatas que ya estarán.
- Quitamos los huesos.
- Probamos el punto de sal.
- En el último momento añadimos los grelos, en un último hervor.
A mi gusta servir el caldo gallego como lo tomé de mano de una gallega.
Primero los grelos, judías, chorizos y lacón, y finalmente el caldo como un
consomé.
En otras casas se sirve la sopa con un poco de grelos y judías y luego
se sirve el lacon con los chorizos.
Al gusto!
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